7.20.2007

Se le quebraba la piel.
Cuando gritaba se le rajaba en pedazos y se le salían.
Las ideas se le salían.
Y le gritaban y le decían que él era rojo, medio tirado para la izquierda. Todo eso le decían mientras babeaban. Lo que no sabían que además de rojo a veces, sólo a veces era color piel, piel que ahora se quebraba.
No le valía llorar porque les daba el gusto, el gusto de verlos erectos cada vez que se retorcía con pavor, con miedo, y sabiendo su ocaso, no por muerto sino por vivo ahí.
Y no lloró. Lo marcaron pero no lloró, lo cogieron pero no lloró, lo mataron vivo y 30 años después recién lloró.
La piel se le quebraba, contaban, que cuando los pasos retumbaban en los pasillos automáticamente las llagas le saltaban y corrían, por las venas hasta el cerebro y de ahí directo a la memoria, quemándola y raspándola con dolor y cables.
“¡Rojo!”, le decían “voletao´”, “invertido”, pero no sabían, entre tanta tortura a vivas dioses voces, que también era piel a veces. Cuando se sacaba la ropa, cuando se reía por una canción y cantaba por alguna razón no sabían, pero era piel color humano, color piel.
Que se le quebraba, todavía se le quiebra, a veces. Cuando se acuerda de las llagas bailándole la tarantela en la prisión, se le quiebra la piel.