Cómo animarme a decirte que te extraño más de lo que debería, según las reglas tan determinantes que puso alguien hace mucho cuando creó el título de amistad. Un rótulo tan estrecho y odioso que hasta a veces lo detesto, tan recto, tan inmóvil como una cárcel conceptual que enfría con sus barrotes las palabras que me dan ganas de decirte. La clandestinidad del cosquilleo que me deja tu sonrisa apesta. Por alguna extraña razón nos complementamos de manera armónica, o al menos eso pienso, ¿o siento? Es confuso, no querer pasar ciertos límites, por lo menos no traspasar demasiado la frontera, de manera que se pueda revertir el pecado, pero a la vez llenarme de picardía a la hora de soñar con vos, con ese café, y ese bar de la calle Honduras. O el frió de junio que algún día me gustaría combatir con tu piel y desayunarme tus besos, o no soñar tanto y simplemente transitar juntos una calle llena de gente que no nos vea, no nos crea, que sus miradas evasivas nos acerquen mucho mas dándonos coraje para volver a la avenida Córdoba, o cualquier avenida.
De tanto pensar voy entendiendo el asunto, almas con intereses tan iguales pero tiempos tan remotamente distintos hacen que desconectemos, desvariemos, que no me anime, que retroceda, me cuelgue el cartel y sonría ante tus anécdotas que a veces, sólo a veces, producen envidia o celos, que lo único que hacen es evidenciar lo cobarde soy. El mundo sigue girando, sólo que ahora la lluvia me hace gancho y susurra a mi oído las ganas de escribirte. Escribirte tu apetito de dormir los domingos, y mis ganas de cantar canciones de cuna toda una vida. Como una pasajera que deambula por los rincones de mis intimidades no tengo miedo a arrancarme la careta que tengo para que, si un día te animas a besarme pueda disfrutarlo sin tapujos ni molestias. Que, si algún día me ves bien, puedas soltarte y bailar conmigo aunque sea un ratito, hasta que la gente nos vuelva a mirar y podamos disimular con una risa colorada y cómplice nuestras ganas mutuas de querernos instantáneamente, sin idas ni venidas, simplemente tenernos hasta que termine la canción, la lluvia, la cuadra o el infinito…
De tanto pensar voy entendiendo el asunto, almas con intereses tan iguales pero tiempos tan remotamente distintos hacen que desconectemos, desvariemos, que no me anime, que retroceda, me cuelgue el cartel y sonría ante tus anécdotas que a veces, sólo a veces, producen envidia o celos, que lo único que hacen es evidenciar lo cobarde soy. El mundo sigue girando, sólo que ahora la lluvia me hace gancho y susurra a mi oído las ganas de escribirte. Escribirte tu apetito de dormir los domingos, y mis ganas de cantar canciones de cuna toda una vida. Como una pasajera que deambula por los rincones de mis intimidades no tengo miedo a arrancarme la careta que tengo para que, si un día te animas a besarme pueda disfrutarlo sin tapujos ni molestias. Que, si algún día me ves bien, puedas soltarte y bailar conmigo aunque sea un ratito, hasta que la gente nos vuelva a mirar y podamos disimular con una risa colorada y cómplice nuestras ganas mutuas de querernos instantáneamente, sin idas ni venidas, simplemente tenernos hasta que termine la canción, la lluvia, la cuadra o el infinito…