Hay que entender que lo cosas que se termina es todo y nada más que eso, fecha de vencimiento de un producto. Lo que ya no se vende más. Al menos eso escribió el eximio Evaristo Figueras antes de morirse escondido en algún lugar de Buenos Aires. “
¿Ves algo en mí que no detestes?
Y esa tendencia a esconderme y huir para que no digas que no. En el medio acostumbrarme a que no sos más mía.
Sobre todo desde que dejaste espinas en la cama.
Y que despejaste tu tormenta corriendo las nubes para otro lado.
Y yo soplando para mandarte las nubes de nuevo a vos.
Para que ciega y confundida, nuevamente vengas y mojes con tu lluvia lo que alguna vez fue un corazón sin parches.
¿Ahora ves algo en mi que no detestes?
Lo que sigue no logra distinguirse bien, sólo un par de palabras:
Ahora es tiempo de escuchar, pues ya no puedo hablar.
Nada de lo que te diga va a hacerte feliz, ya que, si mal no entendí, tu felicidad está lejos de mí, de todo.
Diálogo sutil sobre el amor que dicen, Evaristo tuvo con una musa:
-Por espina tenés que entender que no es por la calidad de flor. Evaristo, es hora que aprendas que la gente se salva el orto propio. Después, si queda tiempo y ganas, le presta un poco (muy poco) de atención al ajeno.
-Igual duele.
La obra de este autor empapa con su melancolía y la estúpida obsesión de poner empeño en empresas que no funcionan. Evaristo era lo contrario a lo que se considera una persona con ojo. Tenía la extraña habilidad de estar siempre en el lugar equivocado, de decir mal, y poner el ojo donde el sol encandila.
Selena baila mientras se ríe
No hay música pero inventa un compás, y lo contagia, y lo disfruta.
Mientras tanto las poetizas lloran sus textos y manchan de sal sus libros.
Selena se lleva las manos a la boca para no gritar
al sorprenderse de los fuegos rojos del suelo.
Selena llora para adentro porque gime para afuera.
Se ahoga en su cama mientras juega todas las noches
a embriagar a los demás.
Nunca se supo a quien se refería este escritor cuando escribía Selena, tal vez sea un amor, tal vez sea una mujer que lo dejó. Tal vez una hija o una gata. Lo que si se sabe es que fue una de los últimos versos antes de morirse atragantado con un lápiz al quedarse dormido, mientras intentaba lograr su obra cumbre un martes de septiembre.
¿Ves algo en mí que no detestes?
Y esa tendencia a esconderme y huir para que no digas que no. En el medio acostumbrarme a que no sos más mía.
Sobre todo desde que dejaste espinas en la cama.
Y que despejaste tu tormenta corriendo las nubes para otro lado.
Y yo soplando para mandarte las nubes de nuevo a vos.
Para que ciega y confundida, nuevamente vengas y mojes con tu lluvia lo que alguna vez fue un corazón sin parches.
¿Ahora ves algo en mi que no detestes?
Lo que sigue no logra distinguirse bien, sólo un par de palabras:
Ahora es tiempo de escuchar, pues ya no puedo hablar.
Nada de lo que te diga va a hacerte feliz, ya que, si mal no entendí, tu felicidad está lejos de mí, de todo.
Diálogo sutil sobre el amor que dicen, Evaristo tuvo con una musa:
-Por espina tenés que entender que no es por la calidad de flor. Evaristo, es hora que aprendas que la gente se salva el orto propio. Después, si queda tiempo y ganas, le presta un poco (muy poco) de atención al ajeno.
-Igual duele.
La obra de este autor empapa con su melancolía y la estúpida obsesión de poner empeño en empresas que no funcionan. Evaristo era lo contrario a lo que se considera una persona con ojo. Tenía la extraña habilidad de estar siempre en el lugar equivocado, de decir mal, y poner el ojo donde el sol encandila.
Selena baila mientras se ríe
No hay música pero inventa un compás, y lo contagia, y lo disfruta.
Mientras tanto las poetizas lloran sus textos y manchan de sal sus libros.
Selena se lleva las manos a la boca para no gritar
al sorprenderse de los fuegos rojos del suelo.
Selena llora para adentro porque gime para afuera.
Se ahoga en su cama mientras juega todas las noches
a embriagar a los demás.
Nunca se supo a quien se refería este escritor cuando escribía Selena, tal vez sea un amor, tal vez sea una mujer que lo dejó. Tal vez una hija o una gata. Lo que si se sabe es que fue una de los últimos versos antes de morirse atragantado con un lápiz al quedarse dormido, mientras intentaba lograr su obra cumbre un martes de septiembre.