Afuera está el reconocimiento que alguna vez va a llegar, esperan mientras, que digan qué tienen que pensar. No importa cagarse de hambre. No importan las cuentas ni los hijos. Importa si acaso una sonrisa de agradecimiento, por más telefónica o virtual que sea. La satisfacción de que una joven pluma venga a decir “gracias señor, le debo las letras y al amor de mi vida” .
Acá se cayeron los mejores. Vi destruirse el país varias veces en dos meses, también vi como se levantaba al otro fin de semana.
Hace casi un mes que tendría que haber llegado el frío. Lo espero sentado ideando la forma para no quedarme congelado, duro, en mute. Buscando la forma para no quedarme. Escribí libros, edite páginas, grabé programas, colaboré en investigaciones, logré descubrir cientos de casos de corrupción de funcionarios públicos, y solo pude descifrar una única verdad: a la gente no le importa saber que las cosas están mal, no le interesa saber quién es el corrupto, quien es el muerto. Solo quieren saber que estás ahí. Que ellos pueden seguir transitando, van y vuelven. Cogen, lloran y ríen y cuando se levantan leen los diarios, prenden el televisor, visitan tu portal de noticias y se van tranquilos a trabajar, porque saben que estás ahí.
Todavía las copas de los árboles están verdes en Constitución, y ahora las redacciones son oficinas con cámaras de vigilancia y todo.
Voy preparando y cerrando todos los documentos de la computadora. Ya limpié los cajones y tomé los últimos mates con yuyos, para evitar las arrugas en los ojos no se noten tanto cuando sonrío.
Empezaron los murmullos, en breve le seguirán los aplausos, abrazos y felicitaciones, y yo voy a tener que olvidarme del la helada que me produjeron todos estos años de profesión y devolverles el abrazo, el saludo y agradecer con alguna que otra lágrima.
Empezaron a contar en alguna que otra escuela como empecé.
Empezaron a limpiar la oficina para el venga a ocupar mi lugar
Empezaron a desprencaerse algunas hojas de mi cabeza y, desde la ventana, se ve como un árbol dejó caer un pelo sobre la calle Cochabamba.
Hace casi un mes que tendría que haber llegado el frío. Lo espero sentado ideando la forma para no quedarme congelado, duro, en mute. Buscando la forma para no quedarme. Escribí libros, edite páginas, grabé programas, colaboré en investigaciones, logré descubrir cientos de casos de corrupción de funcionarios públicos, y solo pude descifrar una única verdad: a la gente no le importa saber que las cosas están mal, no le interesa saber quién es el corrupto, quien es el muerto. Solo quieren saber que estás ahí. Que ellos pueden seguir transitando, van y vuelven. Cogen, lloran y ríen y cuando se levantan leen los diarios, prenden el televisor, visitan tu portal de noticias y se van tranquilos a trabajar, porque saben que estás ahí.
Todavía las copas de los árboles están verdes en Constitución, y ahora las redacciones son oficinas con cámaras de vigilancia y todo.
Voy preparando y cerrando todos los documentos de la computadora. Ya limpié los cajones y tomé los últimos mates con yuyos, para evitar las arrugas en los ojos no se noten tanto cuando sonrío.
Empezaron los murmullos, en breve le seguirán los aplausos, abrazos y felicitaciones, y yo voy a tener que olvidarme del la helada que me produjeron todos estos años de profesión y devolverles el abrazo, el saludo y agradecer con alguna que otra lágrima.
Empezaron a contar en alguna que otra escuela como empecé.
Empezaron a limpiar la oficina para el venga a ocupar mi lugar
Empezaron a desprencaerse algunas hojas de mi cabeza y, desde la ventana, se ve como un árbol dejó caer un pelo sobre la calle Cochabamba.