11.08.2010

El asesino de la cara de jabón (parte I)


Todo el infinito 
Nada peor que tratar de invertir el tiempo en espera. Llenar el espacio de un punto a otro, al cual hay que llegar irremediablemente de manera estática. Sin más que tratar de entretener y capturar, de modo certero y con un poco de inspiración, una idea al vuelo.
Lo terrible de toda esta certera espera es el contexto que le agrego para que deje de ser un pasillo lúgubre y solitario donde transitan los constructores de realidades. Lo terrible de todo el ecosistema adornado con plástico y madera al mismo tiempo es la circulación de las personas y como la luz blanca les oscurece la mirada.
Hay un paraíso de cuerdas encerrados por edificios horribles desde afuera. Porque la mayoría de los problemas estéticos que tienen las grandes ciudades es que los que viven en departamentos se olvidaron por completo del exterior. Las paredes que dan a calle son húmedas, ásperas son partículas de cemento viejo que reclama un poco de atención.
Adentro no.
Probablemente adentro parezca la sala de una duquesa victoriana venida a menos. Afuera es eso. Una pared que le roba protagonismo al cielo con tan solo exhibir su enmohecido color.
El pronóstico anuncia que avanza el aire fresquito y la lluvia y una condición climática tan común y tan regular se volvió noticia. Al igual que tu ausencia, que dejó de ser una condición tan tuya para introducirse en la desprevenida vida diaria. Si alguna vez me pregunté hacia qué lugar iba cuando desaparecía, hoy directamente me pregunto porqué desaparezco.
Desaparece esa capacidad de cambiar los ambientes, cada ves más feos, cada vez más medianera cruda. Y lo conciliador de la ausencia. Saber que no estoy acá.
Ideas entran como espíritus tomando el control de los sueños. Personas formadas por figuras que no conforman nada. Así llegan, ahora veamos como se van.
Tan finito que nada.
Tan nada que infinito.
El asesino del jabón en la cara me bautizó un noticiero. Y este es el principio de una historia.