Si agita hoy, con su aleteo, el aire de Pekín, una mariposa puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene.
J. Gleick
Para los aztecas las mariposas eran las almas de los guerreros muertos en largas batallas, para los egipcios, en cambio, eran como flores que volaban. A partir de mis experiencias vividas hace pocos meses prefiero quedarme con otro significado, el científico, el del caos que puede generar una simple mariposa con su vuelo. Antes de seguir, voy a contar como conocí a Gerónimo, uno de los protagonistas de esta historia.
Era de Flores, barrio en el que yo tenía un primo y así fue que hicimos contacto. Por el tipo de vida barrial, entre fútbol a la hora de la siesta y los carnavales disfrazados de reyes Momos, crecimos y nos hicimos grandes amigos. Cuando terminamos el secundario yo me dediqué a estudiar marketing y él prefirió estudiar para entrar al mundo gráfico de las noticias, aunque no nos veíamos tan seguido, mantuvimos la amistad.
Cuando se recibió entró a trabajar en un diario metropolitano, “El Elite de Capital”. Poco tiempo después lo mandaron a Junín, provincia de Buenos Aires, para que cubriera el caso de las vacas decapitadas. Nunca imaginó que la cobertura de esa noticia le cambiaria la vida. Jamás pensó encontrarse con un fenómeno tan raro y peor aún, enamorarse de eso. La conoció en el hotel donde se hospedaba, ella le llevaba el desayuno, limpiaba su habitación y lavaba las sábanas, que él más de una vez ensuciaba a propósito sólo para verla.
Se llamaba Vanina y según Gero era preciosa, cada vez que la besaba sentía mariposas que aleteaban y flotaban alrededor. A hablar con él por teléfono se lo notaba exaltado contaba que, alegraban con sus mariposas todos los lugares a los que iban. Era hermosa y única, como una princesa salida de cuentos de hadas, a la que hay que tenerla en una vitrina guardada y protegida. Parece exageración pero Gero era así, siempre fue muy introvertido y no tuvo novias, salvo un par de mujeres que eran muy difíciles de encasillar como tales, pero eso es otra historia.
Tan grande era el enamoramiento y la fascinación de este chico, que la sacó de ese pueblo y la trajo para Buenos Aires, alquilaron un departamento con pisos de maderas y techos altos, en la calle Perón al 800. Cuando me invitó a cenar para que la conozca presencié uno de los actos más asquerosos e incómodos de mi vida. Al terminar la cena se besaron prolongadamente y junto con el colorado de las mejillas a Vanina le empezó a crecer la nariz, pero no como cuando Pinocho mentía o algo así, algo le salía de uno de sus orificios. Un bulto deforme se movió, pero como parecía no extrañarle a Gerardo, me quedé quieto e inmóvil observando. El bulto no se detuvo ahí, siguió bajando hacia las fosas nasales y de golpe, una antena seguida de una mariposa con alas amarillas y negras salió de la nariz de Vanina.- ¿Cómo le ponemos a esta mi amor?, dijo.- Tamara, ¿nunca usamos ese nombre no?- No. Tamara será entonces. Martín mirá qué linda que es.Yo seguí ahí como esas estalactitas que se forman en los congeladores.- Si, es muy linda Gera, dije. No para convencerlos, era linda, lo asqueroso fue esa proliferación inmunda de insecto saliendo de la nariz. Disimulando mi incomodidad me despedí, agradecí la cena y arranqué para casa.El episodio se repitió en varias ocasiones más, y cuanto más lo presenciaba, aumentaba mi sensación de repulsión y fastidio. Cada vez que me veía obligado a apartar una de las mariposas amarillas que, insistentemente, revoloteaban alrededor de mi cabeza; me inundaba una sensación de náusea casi incontenible.
Al parecer si esta chica era besada, acariciada o tenía
relaciones; en definitiva, cada vez que se excitaba le surgía una mariposa de la nariz. Eso es, al menos, lo que pude determinar por las pocas veces que presencié el acto. Terminé por evitar las reuniones en casa de Gero. Cada vez que me invitaban inventaba compromisos de trabajo, visitas a viejos amigos de secundario o dolores de cabeza. Pero la terrible verdad era que me resultaba imposible reaccionar con normalidad ante las apariciones de esos insectos voladores.No me malinterpreten, nunca tuve un problema con las mariposas, es más, recuerdo haberlas perseguido en el patio de la casa de mi abuela, fascinado por su aleteos repletos de colores. Hasta el día en que conocí a Vanina, las mariposas no eran para mí nada más que un espectáculo admirable de la naturaleza; fue después de contemplar su desagradable capacidad, que las mariposas pasaron a ser una especie de volador desdeñable. Pasé a sentir por las mariposas lo mismo que siento por las cucarachas que ocasionalmente encuentro en la cocina de madrugada.
Mi relación con Gero jamás volvió a ser la misma, con el tiempo ya no podía verlo ni en el bar de la esquina. Antes de Vanina, él y yo nos juntábamos ahí dos viernes de cada mes para comentar novedades. Pero ahora cada vez que me contaba de su felicidad marital yo revivía paso a paso la formación de esas mariposas: desde el bulto nasal casi imperceptible hasta el aleteo alrededor mío. No podía evitarlo, enseguida me transpiraban las manos, me bajaba la presión y sentía la imperiosa necesidad de correr al baño a vomitar. Por fortuna las alegrías que Gero contaba se veían interrumpidas por un:-Martín, estas pálido, ¿querés que te pida un vaso de agua? Tiempo después supe que Gerónimo se fue pudriendo de las mariposas, que al final del día caían del aire como molesta garúa. Buscaba mas excusas para no estar en su casa, está por demás aclara que ya no le gustaban tanto las mariposas. Casi ni besaba a Vanina, y con el tiempo sus encuentros íntimos se hicieron más esporádicos. A tal punto que las mariposas le salían muertas, no llegaban al día de vuelo, sólo se asomaban de su nariz y se dejaban caer. El piso quedó cubierto con una alfombra de cadáveres viscosos que crujían a cada paso que Gerónimo daba. Una tarde, tras una larga ausencia, una nota en el congreso, o un asesinato en alguna villa, la verdad ya ni me acuerdo. El llegó al, ya no tan dulce, departamento, y luego hacer una fuerza casi sobrehumana para abrir la puerta descubrió que su chica estaba muerta, ahogada, por el mar de insectos difuntos. La responsable de esos bichos, no había hecho más que dejar morir mariposas por todo el lugar.
i wanna kiss you baby
i wanna hold you baby
why buterflys are falling from your nose?
there´s one thing i wanna know
are you realy mi true love?
why buterflys are falling from your nose?
little princes you make me sad
little princes you make me cry
dont take distance of my way
because darlyn im in hell
i wanna kiss you baby
i wanna hold you baby
why the bugs lain dead all over the floor?
thats stupid queen
she never clean de sheets
why the bugs lain dead all over the floor?
J. Gleick
Para los aztecas las mariposas eran las almas de los guerreros muertos en largas batallas, para los egipcios, en cambio, eran como flores que volaban. A partir de mis experiencias vividas hace pocos meses prefiero quedarme con otro significado, el científico, el del caos que puede generar una simple mariposa con su vuelo. Antes de seguir, voy a contar como conocí a Gerónimo, uno de los protagonistas de esta historia.
Era de Flores, barrio en el que yo tenía un primo y así fue que hicimos contacto. Por el tipo de vida barrial, entre fútbol a la hora de la siesta y los carnavales disfrazados de reyes Momos, crecimos y nos hicimos grandes amigos. Cuando terminamos el secundario yo me dediqué a estudiar marketing y él prefirió estudiar para entrar al mundo gráfico de las noticias, aunque no nos veíamos tan seguido, mantuvimos la amistad.
Cuando se recibió entró a trabajar en un diario metropolitano, “El Elite de Capital”. Poco tiempo después lo mandaron a Junín, provincia de Buenos Aires, para que cubriera el caso de las vacas decapitadas. Nunca imaginó que la cobertura de esa noticia le cambiaria la vida. Jamás pensó encontrarse con un fenómeno tan raro y peor aún, enamorarse de eso. La conoció en el hotel donde se hospedaba, ella le llevaba el desayuno, limpiaba su habitación y lavaba las sábanas, que él más de una vez ensuciaba a propósito sólo para verla.
Se llamaba Vanina y según Gero era preciosa, cada vez que la besaba sentía mariposas que aleteaban y flotaban alrededor. A hablar con él por teléfono se lo notaba exaltado contaba que, alegraban con sus mariposas todos los lugares a los que iban. Era hermosa y única, como una princesa salida de cuentos de hadas, a la que hay que tenerla en una vitrina guardada y protegida. Parece exageración pero Gero era así, siempre fue muy introvertido y no tuvo novias, salvo un par de mujeres que eran muy difíciles de encasillar como tales, pero eso es otra historia.
Tan grande era el enamoramiento y la fascinación de este chico, que la sacó de ese pueblo y la trajo para Buenos Aires, alquilaron un departamento con pisos de maderas y techos altos, en la calle Perón al 800. Cuando me invitó a cenar para que la conozca presencié uno de los actos más asquerosos e incómodos de mi vida. Al terminar la cena se besaron prolongadamente y junto con el colorado de las mejillas a Vanina le empezó a crecer la nariz, pero no como cuando Pinocho mentía o algo así, algo le salía de uno de sus orificios. Un bulto deforme se movió, pero como parecía no extrañarle a Gerardo, me quedé quieto e inmóvil observando. El bulto no se detuvo ahí, siguió bajando hacia las fosas nasales y de golpe, una antena seguida de una mariposa con alas amarillas y negras salió de la nariz de Vanina.- ¿Cómo le ponemos a esta mi amor?, dijo.- Tamara, ¿nunca usamos ese nombre no?- No. Tamara será entonces. Martín mirá qué linda que es.Yo seguí ahí como esas estalactitas que se forman en los congeladores.- Si, es muy linda Gera, dije. No para convencerlos, era linda, lo asqueroso fue esa proliferación inmunda de insecto saliendo de la nariz. Disimulando mi incomodidad me despedí, agradecí la cena y arranqué para casa.El episodio se repitió en varias ocasiones más, y cuanto más lo presenciaba, aumentaba mi sensación de repulsión y fastidio. Cada vez que me veía obligado a apartar una de las mariposas amarillas que, insistentemente, revoloteaban alrededor de mi cabeza; me inundaba una sensación de náusea casi incontenible.
Al parecer si esta chica era besada, acariciada o tenía
relaciones; en definitiva, cada vez que se excitaba le surgía una mariposa de la nariz. Eso es, al menos, lo que pude determinar por las pocas veces que presencié el acto. Terminé por evitar las reuniones en casa de Gero. Cada vez que me invitaban inventaba compromisos de trabajo, visitas a viejos amigos de secundario o dolores de cabeza. Pero la terrible verdad era que me resultaba imposible reaccionar con normalidad ante las apariciones de esos insectos voladores.No me malinterpreten, nunca tuve un problema con las mariposas, es más, recuerdo haberlas perseguido en el patio de la casa de mi abuela, fascinado por su aleteos repletos de colores. Hasta el día en que conocí a Vanina, las mariposas no eran para mí nada más que un espectáculo admirable de la naturaleza; fue después de contemplar su desagradable capacidad, que las mariposas pasaron a ser una especie de volador desdeñable. Pasé a sentir por las mariposas lo mismo que siento por las cucarachas que ocasionalmente encuentro en la cocina de madrugada.
Mi relación con Gero jamás volvió a ser la misma, con el tiempo ya no podía verlo ni en el bar de la esquina. Antes de Vanina, él y yo nos juntábamos ahí dos viernes de cada mes para comentar novedades. Pero ahora cada vez que me contaba de su felicidad marital yo revivía paso a paso la formación de esas mariposas: desde el bulto nasal casi imperceptible hasta el aleteo alrededor mío. No podía evitarlo, enseguida me transpiraban las manos, me bajaba la presión y sentía la imperiosa necesidad de correr al baño a vomitar. Por fortuna las alegrías que Gero contaba se veían interrumpidas por un:-Martín, estas pálido, ¿querés que te pida un vaso de agua? Tiempo después supe que Gerónimo se fue pudriendo de las mariposas, que al final del día caían del aire como molesta garúa. Buscaba mas excusas para no estar en su casa, está por demás aclara que ya no le gustaban tanto las mariposas. Casi ni besaba a Vanina, y con el tiempo sus encuentros íntimos se hicieron más esporádicos. A tal punto que las mariposas le salían muertas, no llegaban al día de vuelo, sólo se asomaban de su nariz y se dejaban caer. El piso quedó cubierto con una alfombra de cadáveres viscosos que crujían a cada paso que Gerónimo daba. Una tarde, tras una larga ausencia, una nota en el congreso, o un asesinato en alguna villa, la verdad ya ni me acuerdo. El llegó al, ya no tan dulce, departamento, y luego hacer una fuerza casi sobrehumana para abrir la puerta descubrió que su chica estaba muerta, ahogada, por el mar de insectos difuntos. La responsable de esos bichos, no había hecho más que dejar morir mariposas por todo el lugar.
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