Las séptimas sonaban en una combinación de notas perfectas, las yemas de los dedos acariciaban el marfil y la armonía que nacía de esa caja de madera era preciosa. Dejo el vaso en la mesa ratona de vidrio con patas negras, y camino hasta la barra, ella no dice nada, casi ni se sienten sus movimientos. Empieza a desnudarse, y yo de espaldas, no se si es el profesionalismo o saber que de sólo basta que la mire dos segundos para que corra, bordeé la cama, la abrace por atrás, para llegar al cuello y besarlo.
Espío por sobre mi hombro derecho y la veo con más atención.
"Ya estoy lista", dice desde la otra punta de la habitación.
Desenfundo, camino para la cama, pero antes paso por la mesita de luz. Otro sorbo, me quema la garganta, evito hacer muecas para que no se evidencie mi inexperiencia. Apunto y mido, calibro con manos firmes, tomo aire y CLICK, una luz blanca alumbra las paredes grises del departamento. Ella se acomoda sola, sabe de esto más que yo, sonríe e insinúa con el tatuaje de en su omoplato derecho. Bajo la cámara para colgarme a mirarla, "no seas boludo, se va a dar cuenta", enseguida subo la cámara de nuevo hasta mi ojo izquierdo, simulo concentración y gatillo de nuevo, congelo el momento no sólo en el rollo, también en mi cerebro, es perfecta. Como decirle antes de que termine la sesión de que no soy fotógrafo, pero que es música, preciosa y diáfana, me gusta de verdad.
Se para de frente, con el torso completamente descubierto muestra la caída perfecta que tienen sus pechos, el blanco y negro hace que su piel parezca mucho más suave de lo que es. Me incomodo, de nuevo simulo para no quedar descubierto, con el flequillo pendulando donde terminan las cejas y empieza la nariz se ríe y se acomoda para una toma cercana. Nunca antes costó acercarme a una mujer. Una vez más apunto, pero esta vez a sus ojos, dejo caer la cámara. Se asusta porque presiente lo que va a pasar, y se queda quieta, estática. "Me descubrió", pienso. "Ya estoy jugado. Ahora o nunca". Apoyo las palmas de mi mano sobre sus mejillas, cierro los ojos y siento como mis labios rozan los de ella, y el éxtasis. Estoy en el cielo, abro los ojos, sigue inmóvil, fría, blanco y negro.
Me paro, me doy vuelta con los ojos vidriosos y con una barra de hielo corriéndome por la nuca, camino hasta la mesita de vidrio y vuelvo a darle un trago al vaso, esta vez hasta dejarlo vacío, la miro le sonrío, camino a la puerta, dejo un jazmín tirado y atravieso el umbral, más libre, relajado, liviano como pluma, llamo al ascensor y no puedo parar de reírme.
Espío por sobre mi hombro derecho y la veo con más atención.
"Ya estoy lista", dice desde la otra punta de la habitación.
Desenfundo, camino para la cama, pero antes paso por la mesita de luz. Otro sorbo, me quema la garganta, evito hacer muecas para que no se evidencie mi inexperiencia. Apunto y mido, calibro con manos firmes, tomo aire y CLICK, una luz blanca alumbra las paredes grises del departamento. Ella se acomoda sola, sabe de esto más que yo, sonríe e insinúa con el tatuaje de en su omoplato derecho. Bajo la cámara para colgarme a mirarla, "no seas boludo, se va a dar cuenta", enseguida subo la cámara de nuevo hasta mi ojo izquierdo, simulo concentración y gatillo de nuevo, congelo el momento no sólo en el rollo, también en mi cerebro, es perfecta. Como decirle antes de que termine la sesión de que no soy fotógrafo, pero que es música, preciosa y diáfana, me gusta de verdad.
Se para de frente, con el torso completamente descubierto muestra la caída perfecta que tienen sus pechos, el blanco y negro hace que su piel parezca mucho más suave de lo que es. Me incomodo, de nuevo simulo para no quedar descubierto, con el flequillo pendulando donde terminan las cejas y empieza la nariz se ríe y se acomoda para una toma cercana. Nunca antes costó acercarme a una mujer. Una vez más apunto, pero esta vez a sus ojos, dejo caer la cámara. Se asusta porque presiente lo que va a pasar, y se queda quieta, estática. "Me descubrió", pienso. "Ya estoy jugado. Ahora o nunca". Apoyo las palmas de mi mano sobre sus mejillas, cierro los ojos y siento como mis labios rozan los de ella, y el éxtasis. Estoy en el cielo, abro los ojos, sigue inmóvil, fría, blanco y negro.
Me paro, me doy vuelta con los ojos vidriosos y con una barra de hielo corriéndome por la nuca, camino hasta la mesita de vidrio y vuelvo a darle un trago al vaso, esta vez hasta dejarlo vacío, la miro le sonrío, camino a la puerta, dejo un jazmín tirado y atravieso el umbral, más libre, relajado, liviano como pluma, llamo al ascensor y no puedo parar de reírme.