8.12.2006

Reflejo

Si me veo de nuevo en el rodeo de lucharme y levantarme, llevarme al baño y lavarme la cara. Ayudarme a juntar los vasos sucios, limpiarme, peinarme para que, junto al espejo del baño, colaboremos y en equipo armemos una imagen decente de mi.
Los puñales en la espalda todavía sangran, y más cuando suena esa canción que solíamos tocar juntos, creyéndonos el cuento de que podríamos ser grandes estrellas de rock, creando y disparando acordes a mansalva para que la gente nos cante y quiera así como somos, así de discretos y coherentes cuando las dos guitarras se juntaban.
Junté un poquito de nano en el living al lado del equipo de música escribiendo. Tuve que hablarle mucho para convencerlo ya que el muy cómodo se dispuso con cerveza, lápiz y papel a jurar que haría miles de cosas que, probablemente, al otro día olvide en un añoro melancólico de borracho .
Al otro lo logré sacarlo de la pieza. Tapado con la sábana hasta la nariz juraba que no había dormido nada, que necesitaba más tiempo para recuperar energías. Que por las pesadillas durmió mal, y quería sólo 5 minutos más en la cama. Por último encontré a un tercero caminando por los techos, dando órdenes y dirigiendo las tareas, cómo un dictador de poca mota, berreta que sólo él se cree.
Pude agarrar a estos tres espantapájaros flacos y peludos y hacerlos un bollo. Los tiré a la olla, mezclé un poco de aceite y sal a gusto, logrando así un gusto ideal. Pipi cucú. Prendí las velas, serví el vino y te abrí la puerta para que pases y disfrutes de ellos sentados todos juntitos con su mejor traje y peinados
para atrás.