12.06.2006

Mutilados

La vi siempre blanca, clara, y sin embargo pudo más conmigo que con sus terminaciones tan caóticas e imperfectas como su autor. Tuve que dejar de lado la idea de las cenizas porque no se podían sostener y opté por el yeso, sin saber que eso sería mi perdición. Estática y obediente siempre estaba ahí hasta que un día, al llegar de una conferencia, noté que el pupitre estaba vacío, faltaba la hermosa amorfa figura sin manos ni patria. La busqué, grité hasta que me convencí y esperé mirando a mis manos, culpándolas a ellas tan obscenas de haberle dado vida y carisma. El vino ya me ahogaba cuando apareció, con sus ojos que no miraban intentando dar lástima.

Duró poco, la batalla fue un instante. Los balazos rebotaron por todos lados y los mordiscones no se hacían esperar. A veces besos, a veces escupidas y otras veces piñas, patadas, testículos apretados, pelo tirado y desgarrado.

Desde el piso, no supimos hacer otra cosa que reírnos y llorar entre sombras de ultratumba. La pared llena de vino y sangre eran testigo del campo de acción en el que ninguno de los dos pudo alzarse victorioso.

-"Cal, calcinar, clamar, clavar", llorabas.

-"Estampa, figura, figura", respondí riéndome y volviéndote a tirar de los pelos.

-"Imploro, castigo divertido", rogabas con la cara toda mojada de sangre y lágrimas.

-"Lengua, viscosa viscocha, cosida cocina codicia", anuncié mientras me mutilaba la boca.

Cada sortilegio de ella muriéndose en mis manos engendraba un breve y leve temperamento de niño bueno, niño obediente niño.