8.18.2007

No siempre, a veces, pero pocas

No siempre nos vamos bien. Claro está, la muerte es una sorpresa, pero no siempre. A veces se la espera deseosa franca y pura, negándole el permiso a reclamarle las manos disfrutando del alto impacto que suele tener. La agonía es el plato del día que nadie quiere pedir, a veces es sorpresa, no siempre, pero otras pocas veces llega como sorpresa, la agonía. No nos morimos rápido como un choque, un tiro, un cachetazo bien puesto, una tecla de luz apagada –o prendida cuando estamos optimistas- un te quiero o un cuidado, un “¿porque a mi?” o “a todos nos toca, pero igual te extraño”. Nos morimos como humo disolviéndose y de a poco empañamos los malos recuerdos, damos lugar a los nuevos y mal que mal mentimos con que la agonía era un mal y era “preferible que se muera antes de vivir así” y zas!, nos fuimos.
Pero algunas otras veces, no todas, todas no. La sorpresa es la misma agonía. Manejamos en la ruta, nos duele un costado y nos empezamos a morir, la sorpresa no es la muerte entonces, sino el comienzo vertiginoso de ella.
Comienzo indefectible e irrevocablemente encantador del ocaso lineal de la vida.
Nuestras expectativas entonces ahogadas, superadas por una situación que no podemos manejar y si hay algo que desorienta al humano es no manejar nada, ni siquiera su agonía.
Pocas, pero muy pocas, son las personas que pueden sacar provecho de esta fatalidad en forma de línea vital, los que ya están perdidos en vida. Aquellos que no esperaban mucho, que no se pueden ahogar en expectativas porque nunca las vivieron, los que sobrevivieron el día, Guiyo no sobrevivió ese día, pero si otros. Guiyo manejaba y le dolió, le dolió tenerlos lejos, le dolió el faso y whisky en las tardes sedentarias que él solo se supo cosechar. Los pibes lejos por su testarudez, o la de ella, también le dolieron, y durante años. A Guiyo le dolió el entorno y el estar listo para que ese entorno desaparezca y su incomodidad se vaya yendo por ahí en alguna charla de los esperaban, junto a él, sin hacer mucho más que estar por.
No siempre, a veces, pero pocas algunos esperan a ser sorprendidos por la muerte, ya sea de golpe, de lenta y perezosa o de aburrida en espera. Agonía pura y simple, que empezó de temprano y se olvidó de terminar. Pasó de largo. Guiyo quedó viviendo con la agonía sin darse cuenta que ese olvido disparatado era más que una segunda oportunidad.
No siempre, a veces, pero pocas, la agonía se nos planta y la muerte pasa de largo para comenzar un nuevo recorrido.
No siempre, a veces, pero pocas, nos olvidamos de ese descuido y nos acostumbramos a desaprovechar la segunda vuelta.
Ahora el Guiyo se nos fue y algunos lo lloran, y lo extrañan. Pero pocos lo recuerdan en su espera agónica. Pocos recuerdan que él la dejó estancar. Pocos sabrán que la agonía es para aprovechar, y más cuando está estancada y domada, para que la muerte siga de largo un ratito más y nos olvide. No siempre, a veces, pero pocas suele pasar. La muerte se suele olvidar.