12.07.2009

"Maldigo la poesía que no toma partido, partido hasta mancharse"Paco Ibañez

Alguien dijo que todos nacemos artistas pero con el paso de los años y las influencia de los mayores evocando constantemente el ejercicio del físico – esta misma persona dijo que nos ejercitan de las piernas hacia arriba dejando por último el cerebro, y una vez llegado ahí sólo se trabaja un hemisferio- hace que perdamos cierta capacidad de percepción. Entonces, poco a poco, como gotero, dejamos de creer en las cosas que percibimos de primera mano, porque enseguida sacamos del tintero a esa voz interna que nos dice: “no”.
Y evocar esa posibilidad lleva necesariamente a que piense en la construcción que mamamos de chicos y que, inevitablemente y sin remedio, daremos de mamar a los nuestros. Porque nosotros mamamos, y daremos de mamar.
Nosotros los escuchamos decirnos que muchas cosas estaban bien o mal, y que de otras mejor ni hablar.
Pero a nosotros nadie nos dijo que el rock estaba mal.
Nadie nos dijo nada del rock salvo que empezó, poco a poco, a estar bien.
Lo cual nos insertaba una extraña contradicción en nuestro inconsciente: eso que escuchamos que nuestros padres escuchaban cantar y que leímos en algún momento que nació para romper con todo, ahora de golpe está bien.
Está bien romper con todo.
Si nos van a decir qué comer, qué escuchar, cómo vestir, cómo pensar, por lo menos que les cueste.
No se la hagamos tan fácil.
Rompamos todo.
Pero no lo hicimos. Y los que estuvieron en el medio tampoco. Y el medio empezó a mirar al arte con cariño y a justificar lo marginal. De pronto crecimos y no nos dimos cuenta.
Que el marginal tenía la culpa y el artista era un vago, un marginal. Y en algún momento ese que decía que quería ser un artista, no quería ser un marginal, y por ende, sólo le quedó utilizar las formas en que la mirada extraña y distinta que molestaba por lo diferente de su óptica llegaba al resto de nosotros. Pero en el medio se olvidó de algo.
Utilizaron las guitarras y las pinturas. Los gritos y las paredes pintadas con sangre o carne. Y las usaron bien. El barro tomó la forma que tenía que tomar y fue bello y conmovedor y fue hermoso, pero no fue marginal. No fue arte.
Y el arte perdió un modelo de pensamiento fundamental que, creo, me llevó muchas veces a encontrar lo que Jagger llamó “Far Away Eyes” –o lo que yo entendí que Mick tituló así- la capacidad de reflexión. Y encima, cuando el arte se olvidó –mejor dicho, la voz del arte- que podía hacerse entender mucho más con la reflexión, arrojó por la borda a otra forma de hacerse oír: el pensamiento apasionado.
Provocar.
Estimular.
Entender.
Arte.
Experimentar para ser.
De chico tuve siempre guardada la pintura de Edward Hopper “Nighthawk” (1942), en mi memoria. Hace poco un amigo hizo que aprendiera su nombre y la volviera a ver. Antes era sólo una imagen perdida vista en alguna revista o reinterpretada en algún episodio de “El Pato Lucas” creo, o alguna tira animada de ese estilo. El asunto es que lejos de interpretar lo desolado de la ciudad, y la frialdad con que las líneas congelan las vidas de las personas que la transitan –esa también fue una interpretación que escuché por ahí- la pintura de Hopper es una de las más románticas que me tocó retener en mi memoria.
Para mi desinformada mirada –e incapacidad intelectual para juzgar cualquier pintura- se trataba nada más y nada menos que de un tipo, en un café de cualquier esquina de cualquier ciudad soñando.
Ese tipo sentado en el bar de la esquina tiene enfrente a un camarero, y a dos figuras más. Se trata de una hermosa mujer, pelirroja, de rojo vestido ajustado y confiada postura, con un hombre elegante con un traje similar al de él. Siempre miré con leve sonrisa, ya que consideré que el sujeto bien acompañado no es más que el reflejo del protagonista del cuadro. El tipo sentado de espaldas al publico real, está mirando al otro lado de la barra, a sí mismo. A él mismo, vestido de igual modo, pero con una pelirroja despampanante vestida de rojo –todo un cliché- al costado. Y ese cliché es el que me dio la pauta de pensar jugando que se trata nada más y nada menos que de una añoranza, un deseo de un café en un bar de la esquina de una noche cualquiera en una fría ciudad cualquiera.
Ese tipo de traje que le da la espalda al público real y que sueña que ha encontrado a su “Far Away Eyes”, está ahí sentado. Y más debajo de estas letras está el cuadro. También está el público real al que este tipo, que sueña con él mismo acompañado de una pelirroja cliché despampanante sentada a su lado, le da la espalda.

Edward Hopper “Nighthawk” (1942)