11.28.2009

Planos

Hay un plano en el que no existo.

De chico, una vez mientras dormía, se volcó una botella de agua. En verdad no cayó la botella, simplemente se volcó el agua sobre mi cara.

Pero mi cara tenía los ojos cerrados y seguramente una expresión de espanto digna de un nene de cinco años.

Sobre la repisa de la cama en calle Gral Paz había una botella de plástico con agua que, por algún brusco movimiento de entresueño se vuelca y larga como río todo su contenido sobre mi cara.

Grito de espanto.

Litros y litros como cascada.

Me estoy ahogando.

Grito y lloro, y me vuelvo a ahogar un poco por las lágrimas otro poco porque estoy en el fondo del agua.

Detalle: tengo cinco años y todavía no se nadar.

Todavía no puedo lograr que mi cuerpo se mantenga a flote.

Todavía, con cinco años, no entiendo el mecanismo mecánico que ahora implementamos para mantenernos a flote. Mover lentamente las manos y los pies y ya.

Entonces grito, sueño que grito, y que lloro, y un estruendo me despierta. Papá y mamá entran y se ríen.

Pocas veces los recuerdo juntos, literalmente juntos. Están parados, uno al lado del otro, sin molestarse, actuando con movimientos firmes (raro encontrarlos en los recuerdos, pero en este están ahí, firmes) Los dos parados riéndose de mi ahogada desesperación. Son mi salvavidas.

Esa mañana aprendí a nadar.

Nadando es un plano en el que existo.

Años más tarde. Durmiendo, en otra casa, en otra provincia, casi otro país, con diferente luz y amplia oscuridad, húmedo por el clima y no por el agua comienzo a sentir un cosquilleo. Empieza desde los pies. Un plano desconocido hasta el momento. Una cueva que es tan oscura como húmeda, el piso se mueve.

El suelo es viscoso y hasta creo peludo. Las cosquillas se vuelven molestias, y lo que era una brisa áspera en mis pies se convierte en una puja punzante que intenta entrar.

El suelo es viscoso y se mueve como arena movedizas, sólo que la movediza no es la arena. Lo que se mueve bajo mis pies e intenta entrar en mi cuerpo es una araña.

Una pequeña araña que después de tanto hurgar logra meterse entre la uña y la carne y se hace gigante. Ahora es una araña gigante, peluda que araña desde adentro y llama a otras, que no son diminutas. Son enormes y se mueven enormemente alrededor mio.

Entonces es cuando vuelvo a gritar como cuando tenía cinco.

Grito pero con miedo a no abrir mucho la boca porque sé que, en donde vean mi boca abierta, las arañas van a entrar.

Sigo gritando y llorando pero no pasa nada.

Pataleo pero nadie viene.

Entonces espero. Entonces las dejo actuar que se muevan, es como una tortura consciente. Me quedo flotando en la cueva, hundido en la humedad, entro en razón y soy consciente de que todo eso es una parafernalia de mi inconsciente. Estoy soñando.

Los arácnidos no logran lastimarme a pesar de estar invadiéndome. Extrañamente no me vuelvo más fuerte. No soy invulnerable a las miles de patas negras y peludas. Al contrario, soy un nene de ocho años atacado por un miedo pavoroso a las arañas y cuando grito, nadie viene y es entonces ahí si, ahí confirmado con la corta edad que tengo que en ese plano no existo.

No aprendí a nadar para matar arañas.

No sé cómo pisarlas.

Papá y mamá nunca entraron en la pieza.

Papá y mamá ya no estaban juntos.

El plano en el que no figuro, en el que no existo, es el miedo.

Miedo a que nadie me dé un salvavidas.

Tengo miedo cuando tengo la sensación de gritar y que nadie escucha. De escribir y que nadie lea. De cantar y que todos se tapen los oídos.

Tengo miedo a que me lastimen.

Tengo miedo.

Tengo un plano en el que no existo y que no controlo y que soy víctima de los impulsos propios de la carne.

Tengo un impulso propio de la carne que me hace hacer y decir, y cortar, y "chau" que tienen que ver con un plano en el que no existo que es cuando tengo miedo.

Algunas noches sueño que me ahogo y que me atacan arañas, y otras noches sueño que no tengo miedo.