3.16.2010

Frontera

Mientras se va desajustando un poco el sombrero, Jean Carlo se dio cuenta que la frescura que de golpe le entró en la frente, una sensación digna de volver a vivir. Al menos, una sensación que podría perdurar durante horas como caricia, como brisa que no molesta.
Se frena y mira frente al espejo de la entrada del departamento que, si bien esa graciosa la marca que el ajustado sombrero le dejó en la frente, y lo roja que le queda la cara con el corte de circulación sanguínea le dan un tinte gracioso al hastío con el que llega de la calle.
Se contempla una vez más el zurdo frental y se termina de sacar el saco sin quitarle la mirada al meridiano bordó que la franja trazó en su cara. Tira la llave. Tira la billetera y el teléfono. Tira un zapato y no deja de tirar todos los pensamientos por la ventana mientras se alista para enlistar en un papel todo aquello que pensó viable realizar. Una cena, un plano para una película, el gemido de una actriz, una canción o un buen color para pintar el estante de la repisa. Que el centro de la tierra es un buen lugar para llegar, si es como el que pensó Verne, pensó, y que debe hacer calor asique mejor voy y me afeito.
Que si tuviese que dividir su vida en dos hemisferios tomando en cuenta la línea provocada por su sombrero habría dos formas de separar sus días. El plano en el que pergeña todas y cada una de las formas de reconquistar la vida, con todo lo que ella significa. Volver a decir que te quiero, te adoro y te tiro por el hinodoro mi currúcucú. Por más que me heles con tu mirada o un mesaje mal escrito voy a conectar todos los cables posibles para hacer la maquinaria funcionar. Que hay que escribir sobre el mal y el fácil acceso que los hombres y muejeres tienen a él. Cantar al revés puede ser una buena idea para una canción y que lo que no se enciende en un televisor también existe alrededor.
Después está el otro plano. El hemisferio más chico y acotado. Que algo así como el aceite que mantiene a los engranajes de la máquina circulando para siempre y sin detenerse. Son los pies que caminan y la sangre que llegan a los dedos que quieren acariciarte (ahí ya me voy de nuevo al otro plano) y otra vez que me vuelvo a enredar entre fronteras inperceptibles que mi frente tiene. Son las brazos levantandote de la cama y las rodillas que duelen cada vez que el ascensor no funciona y subís y bajas y así como 12 horas.
Con el sombrero colgado, saco también, el zapato tirado y el pantalón desprendido formulo un instante un leve pensamiento que baja y eso podría ser una buena canción. Una idea. Que nace si no es más que una idea, e inclusive puede ser la motivación para volver a calzarse el sombrero y desaparecer la línea divisoria que le provocó el ajuste en su cabeza.