4.02.2010

"El policía amigo"

Un muerto más.

Y tienen, los noticieros claro está, esa maldita costumbre de transformar las muertes policiales en grandes desgracias. Los polis muertos son, siempre, no hay dudas, héroes. Hagan lo que hagan, muertos o vivos, no dejan de ser esos mártires que buscaban el bienestar general. Mueren porque son buenos. Mueren porque son serviles. Mueren porque los vecinos los quieren. Mueren porque son puros, y da la sensación que transmitir esa muerte tiene otro impacto.
Y ahí van, ahí roban a una modelo que amenaza con irse del país y dios nos libre de su ausencia, y de la de su marido futbolista -de concretarse su amenzada algunos tobillos de delanteros serán salvados del estrole del aguerrido mediocampista-. A pesar de las dudas. Las de un empleado de un boliche que dice, iba adelante de la pareja y que "no había pasado nada, que no era cierto" que no los robaron.
Otro impacto. Esa muerte es cuestión de Estado.
Los vecinos no bajan las persianas cuando se mueren pasajeros de un colectivo de larga distancia cuyo chofer no tiene las suficientes horas de descanso, no lo hacen cuando las prepagas no pagan medicamentos indispensables a sus afiliados, no lo hacen tampoco cuando a Ricardito o Fulanito lo apuñalan en la puerta de un boliche en Glew porque si, no lo hacen tampoco porque cada vez son más los chicos anotados para asegurarse alguna de las comidas diarias indispensables. Los vecinos bajan persianas en manifestación por el poli muerto -no en servicio- cuando trataron de robarle la moto.
Un muerto más medido por una extraña vara mediática que agolpa, amontona, cronistas, pantalla, imagenes del policía -si no estaba en servicio: ¿es un oficial muerto o un ciudadano asesinado?- querido muerto por una incesante inseguridad que hace que los vecinos bajen sus persianas y dejen de vender, en forma de protesta por un muerto más.