10.09.2010

Querido Conejito:

Si bien es común en mi esto de repartir letras a diestra y siniestra, hace algunos días que decidí empezar esta carta que aún no sé cómo va a seguir. Hoy que hay sol con el suelo mojado, pero parece que amenaza de nuevo porque hay viento frío y se va poniendo todo negro de nuevo pero más rápido que ayer. Hoy es octubre y la primavera tendría que haber empezado hace bastante.
Y me quedó el gusto amargo conejito. Tus últimas palabras fueron lapidarias para mí. Has logrado ese efecto que tan bien siempre causaste cautivándome con tu dolor y yo que me derretí ahí nomás pero fui un témpano en el teléfono. Porque la última vez que te escuché iba en un taxi que parecía fúnebre en un eterno recorrido volviendo del trabajo y vos llamándome Conejito, tan hermosamente inoportuna para agarrarme con las defensas por el suelo pero bien convencido. Me decías así no te servía, y era porque te dolía. Claro que no lo dijiste, supongo que para no verte débil o dolida, porque no hay nada peor que la culpa del goce y el sufrimiento que esta contradicción causa.
Y tanto se te extraña a veces Conejito. Tu capacidad de hacer que los malhumores de la mañana se esfumen por poner tu cara ante todo. Amanecer a tu lado era quemarse los ojos. Era el sol con la persiana cerrada. Eran tus dos ojitos de conejo mirando fijo y ahí mi mutismo mañanero ¿Cómo se responde a eso Conejito?
Curiosa forma de reacción ante el dolor tiene el ser humano. Y acá es que quiero hacer una aclaración. Algo de vos me causó dolor, pero nunca sufrí.
Aprendí de ese dolor. Y algo de inmadurez murió en todo ese tiempo. Tal vez el dolor agrega un poco de bravura, o te da una cobardía muy fácil de disimular. Todos elementos que te ayudan a ser un buen conejo Conejito.
Lo mio Conejito a tu lado no era falta de amor. Mi distancia a nosotros la imponía el exceso de soledad que padezco Conejito. A ti tal vez te haga bien eso de andar saltando por la oscuridad Conejito. Es tan tu recurso eso de ignorarme por completo para que la transición te sea más leve. Y celebro eso pues te sirvió para sobrevivir al dolor, si es que lo tuviste.


Manuel del Monte