3.09.2011

Desbrumar

Enamorarse del campo
con sólo vivir unos instantes
del verde en las retinas.

Perderse el día entero
entre colectivos y rutas.

Hacer que valga la pena
consolar a un viejo
que en pie teme a la joven muerte.

Amanecer al atardecer.
Dejarse desorientar por el día.

Redoblarle la apuesta a la realidad.
Desdoblarla
quitar el sentido agregado.
Enamorarse, un poco. Total.

Total, los colectivos no se van a desintegrar.
Lo real va a seguir estando de todos modos.
Como un flujo constante. Hilo que no para de crecer, a veces espiralado hacia adentro. Por más que se empeñe el barbero en cortar fragmentos de lo que apenas asoma.
Cortar antes de que crezca parado en el umbral con orientación hacia la salida.
Guardarse la ilusión al bolsillo y esperar. Que las líneas divisorias sean más claras.
Que las cosas dejen de pasar por encima de uno.
Abrir las ventanas para que la bruma se vaya e ir aprendiendo. Que los bordes tienen filo, y si golpean contra la cabeza duelen. La cara de circunstancia antes de besar y después, cuando se despegan los labios casi acalambrados, el hilo otra vez. La baba como un pelo que de fino se va poniendo indivisible hasta que desaparece en partículas de vaya uno a saber qué.
Se desintegra.
Cómo meteoritos que se ponen en evidencia segundos para robarte un suspiro mientras te atropellás pensando en qué pedir. La intriga siempre de pedir, antes, o después, o en el momento. Y tener ahí bien al pie de la lengua, o a mano del recuerdo, el deseo que queremos.
Que se vaya la bruma.
O que lluevan más meteoritos.
En octubre según la NASA. O algún loco que quiere adelantarse a las locas profecías y no puede esperar al 2012. El fin del mundo es hoy y ya. Y lo estamos viendo.
Tanto lo vemos que nada se puede hacer más que tratar de seguir viviendo lo choto de vivir el final.
El umbral de la salida.
La ciencia ficción para mejorar lo real.
Lo real como una piedra encendida, de fuego que cae de la nada casi invisible al interior nuestro.
Lo nuestro interno que crece como un pelo, sin raíz, pero con una punta evidente. Y alguien. Siempre listo y bien predispuesto a jugar ser el barbero que seccione, corte con el filo de los reproches cualquier intento de vuelo que pueda llegar a tener el pelo.