11.12.2011

Escribir

Por la mañosa e inconfundible manía de los papales de desprenderse. 

Por el caer incesante de la angustia en blanco.
O por la pavorosa capacidad que tienen la tinta y el papel de confluir tan ligeramente bien.

Que uno se abstrae en tentaciones.
Pensar que es un lienzo a punto de ser experimentado
madera para pulir con el beat del dedo.

Que uno juega como tesorero con moneadas/palabras,
dinero especial que vale lo que uno entiende de su significado real,
ni más ni menos que el subjetivo significante,
que es uno el sentido de lo que dice. 

Es uno dueño de este universo volátil y estático,
como una regla, como una norma.

Como una ley elástica que sede al impulso de querer completar.
Arrasar.
Destronar al blanco papel que cada vez más débil retrocede al submundo de lo marcado.
Lo pintado.

Que uno se siente poderoso al decidir. Por sobre el destino, forma y uso de dos elementos tan diferentes y complementarios: un papel en blanco que llora aguda e insoportablemente, como bebé en reclamo constante por ser atendido.Lo otro, el filo de una lapicera espada esgrime una tinta poderosa e imbatible, el deseo de escribir.