Vacío, carente de espacio y cuerpo. Hay algunos días en el que somos muñecos de plásticos, inflados con un poco de aire que nos da forma. Látex puro. Sin sensaciones, o al menos sin nadie capaz de despertar sensaciones nuevas. Por lo que parecía, ese día nada ni nadie iba a poder hacerla sentir extrañamente cómoda y contenida. Esa payasa bajó el ascensor, abrió la puerta y el sol le comió la cara, le secó un poco las lagrimas, pero ella no lo notó, o al menos no le importó, porque las lágrimas estaban adentro. No estaba tan vacía, al menos tenía agua, sal, sodio que le impedía a la máquina deteriorarse.
Orbitó los ojos para arriba y retó el haz de luz que le quemó la cara en la esquina, mientras esperaba el semáforo. Y algo de amenazante tuvo que tener, porque el globo de lava no se le achica a cualquiera, y sin embargo, se tapó el muy cobarde con tres nubes que lo abrigaron. “Esto es personal”, pensó, frenó y tiró la mochila al piso, con el dedo índice arriba apuntó y lo retó. “Hoy no me rompás las pelotas, hoy te necesito brillante y positivo”, dijo. Y un fenómeno rarísimo de la naturaleza se desarrolló en Buenos Aires. Dos de las 3 nubes se fueron abriendo mientras que la más gordita se fue poniendo oblicua y formó una sonrisa en el sol. “Mejor así”, rió la payasa. Juntó su mochila del piso, la colgó en el hombro izquierdo y se animó a cruzar a la otra vereda.
3.31.2006
Vacía.
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