4.05.2006

YAPA

Cuando ella hablaba, con voz tranquila y segura a un tono casi imperceptible por el oído humano, no importaba lo que pasaba alrededor. Todo se esfumaba, las luces no encandilaban y el cerebro se llenaba con la morfina del vaivén de sus ojos que lo anesteciaban de fuertes decibeles musicales. "Podría vivir en estos 5 minutos de imagen perfecta", pensé, y enseguida recordé lo que alguna vez escuché a un amigo dijo: "Por más incómodo que se sienta uno en determinada situación, le termina gustando. No por masoquista, sino porque uno le gusta sólo aquello a lo que se acostumbra". Lo trasladé a todos los ámbitos de mi vida, para internar refutar eso que había dicho. Me daba bronca darle la razón, porque si hay algo que me enferma es dar la razón. Las viejas se acostumbraron a que el colectivo frene a mitad del asfalto en vez de al borde la vereda, así como los clientes a ser robados por los comerciantes, y a sentarnos en el banco del fondo mirando sin animarnos a habarle a la morocha de la primera fila, etc.
Gustaba de dormir hasta el mediodía, pero ahora me acostumbré a vivir la mañana. Adoraba ver a los amigos todas las tardes, pero ahora me conformo con verlos una o dos veces por semana. Adoraba que los domingos a la tarde vuelva de su almuerzo y me despierte contando las novedades de la revista de La Nación y el menú que la abuela había preparado, o las charlas telefónicas al exterior. Ahora acostumbro a dormir de corrido para recuperarme de la noche anterior y a que los bocinazos del garage atropellen los sueños, que más tarde voy a olvidar, y avisan que va a ser otro día igual . Por ende, no quedó otra que desacostumbrarme a ella.
Hace dos horas aprendí algo, que en verdad sabía desde hace mucho pero faltó la palabra de alguien con experiencia que me enseñara a saber lo que se; todos nos podemos sentir insectos cotidianos encerrados, negados y asquerosos. Sacamos lo peor de nosotros. Y ahí si, ya nos acostumbramos a ser larvas, y ahí nos gusta, regordearnos de lo que podríamos ser si nos dieran la oportunidad de ...Después de tiempo, cansado de querer refutar la afirmación de la costumbre y los gustos, empecé a responder que estaba bien solo, que no necesitaba a alguien. Una vez más caí en error, como mi costumbre era estar solo, me gustaba. Hasta que una palmada hizo que esa acostumbramiento se vaya a la mierda y empiece a dudar de lo dicho por aquel amigo. Si yo me acostumbré a no verte, ¿por qué se me cayó el culo destartalando todo el esquema de viernes, bar, boliche y cama?. Y por eso es que nunca más me quise acostumbrar a nada. Aunque tranquilamente podría acostumbrarme a leerle los finos labios, a escucharle los viajes y las quejas.A tenerla al lado como una más del grupo con la que me encantaría compartir el vaso y algo más, a bajarle las medias negras y subirle el autoestima los miércoles, darle la confianza los sábados para bajarle los humos horas más tarde.
Enseñarle a mirar arriba los días de lluvia y a esconderse con la sábana los fríos días soleados de mayo, a devolver los corazones robados y remendar los rotos, a cantar blues bien diáfanos y torearle a las octavas rasqueteadas por púas de malhumorados.
Ayudarla a dibujar sin esquemas y a encriptar los sentimientos en besos y risas con puré y salchichas paladinas buenisimamente vienesimas.
Ella, por su parte, aprendería a callarse para ausentarse y acompañarme opacando con un beso mi voz tan desafinada como fuerte e inconexa. Y yo le respondería con mi silencio obediente de nene que recién aprende a izar una bandera, y podría acostumbrarme a eso.
A quererte sin tenerte y escribir retóricas conclusiones que vuelven sin que las leas.
Cuando termino de leer borro la sonrisa, porque si hay algo que me gusta es lo lacónico turbio y oscuro. ¿Será porque me acostumbre a las tristes poesías cantadas de mis alcurnias?
Por último me atrevo a pensar sin consultarte ni pedirte permiso. Aunque te contaría lo importante que me estoy volviendo, por más que sea una exageración. Que aprendí a querer sólo porque me acostumbre a no tenerte.