5.06.2006

Traslación

Chiquita, casi imperceptible iba bajando por el cuello y no me daba cuenta. No la distinguía, no podía notar si era un lunar, una mancha o una pulga. Para cuando la vi moverse ya era tarde, con los colmillitos agrandó un poro y fue entrando poco a poco en mi. Sacudí el brazo fuerte para despegarla pero seguía aferrada ahí, ya con la mitad del cuerpo adentro. Desesperado fui al baño y frote el jabón fuerte para despegarme esa manchita violeta brillante de la piel. Sentí un cosquilleo y observé las dos últimas patitas moviéndose. Corrí a la pieza de mi hermana para buscar una pincita de depilar que nunca encontré, "mierda", dije. "Me cago en la poca desprolijidad de Lupe". Trastabillé en el pasillo y mientras me rascaba, ya lastimándome la piel, llegué al living miré alrededor y no encontré solución. Probé quemándola, raspándola con un cuchillo, hasta le vociferé los peores insultos, y nada, y cada vez más adentro burlándose de mis tan retrógrados métodos desesperados. Recordé que alguna vez Caos, el gato, vivió acá, así que busqué bajo la barra el matapulgas en aerosol 100 porciento efectivo dice la etiqueta azul, no puede fallar. Presioné con fuerza hasta agotar el spray. No había caso, nada parecía evitar que esa cosa se abriera camino en mi cuerpo, pasando primero por mi piel y quién sabe hasta qué recóndito punto de mi interior sería invadido. Me sentí ajeno, inválido, víctima de algo que desconocía completamente. Encaré el pasillo de nuevo, esta vez para la pieza del fondo, prendí la computadora. Cuando me senté en la vieja silla naranja que usaba mi vieja hace unos 20 años atrás, no picaba tanto. Empecé a escribir y media hora después vi que esa cosa había terminado de entrar en mi, o tal vez, había empezado a salir.