6.16.2006

Memoria

Con el cuidado que tiene un cirujano, para operar Nanito volcó perfume en el borde de la bañadera y jugó a armar caminos, con olor a frutas silvestres, que iban desde unos bollitos de papel hasta una cajita de fósforos Fragata que estaba debajo de las canillas.
Mientras tanto Lupita, que tenía el pelo hasta los hombros después del prolijo corte circunspecto sobre sus cejas, sumergía su cabeza en el fondo más oscuro del ropero de la habitación continúa al baño, buscando esas botas que tan bien le quedaban a su papá.
Alejandro despidió al último cliente, apagó las luces y cerró con llave las puertas de la veterinaria de la calle Barrera casi General Paz, tocó timbre en su casa y esperó.
Nano se paró sobre la alfombra a medio metro de la bañera alzó un papel prendido fuego y lo dejó caer. La llama fue siguiendo el recorrido que con tanto atino pasaba por la pila de papelitos abollados y doblaba hacía la caja de fósforos que estaban cerca de la cortina que era de plástico muy inflamable que ya era fuego.
Rosa, la mucama, planchaba el short con el escudo de San Lorenzo talle super small. Cuando escuchó el timbre, miró la hora y sin preguntar quién era apretó los botones para que la cerradura cediera.
Alejandro subió las escaleras, entró, sintió olor a quemado, esquivó a Nano que pasó hecho un avión en dirección a la mesa que le iba a servir para cubrirse de cualquier represalia, si es que había alguna. El veterinario corrió al baño y vio que la llama llegaba hasta el felpa a los pies del inodoro. Como pudo prendió la ducha y con toallas empapadas calmó los flameantes destellos amarillos. Desesperado gritó: ¿Qué carajo hiciste pendejo?
Lupe vio a su papá enojado y marchó como pudo con las botas gigantes a la puerta, después del segundo escalón perdió estabilidad y rodó abajo despilfarrando las botas de carpincho por el descanso de las escaleras donde estaban las bicicletas. Lloró muy fuerte. El pobre veterinario que todavía no se había sacado su guardapolvo blanco ya tenía los bigotes en punta cuando se asomó y vio desde arriba a su nena tirada agarrándose la cabeza y moqueando ríos verdes. En cinco saltos estuvo cerca de su hija, la abrazó, la besó y cuando se calmó le puso tal patada en el culo que a Lupe no le quedó otra que subir las escalinatas mucho más rápido que cuando las había bajado, logrando así un récord único que nunca pudo ser comprobado por falta de jueces.
Mientras Rosita limpiaba el baño y Alejandro secuestraba las botas tiradas, Maria Marta entró con una caja de Pin y Pon para su hija y una pelota de fútbol para su nene. Al grito de “Buen día” dejó caer sus paquetes y recibió a Nano que ya se había lanzado a la carrera desde la penumbra de la mesa hasta las piernas de su mamá, sorteando hábilmente una de las botas que Alejandro lanzó para probar suerte y frenar la agilidad del pequeño orejón.
La mucama apagó la hornalla que hacía burbujear a las papas en agua bien salada y se encaminó a preparar el puré para acompañar las milanesas. Lupe, tal vez para redimir su error, cargaba los platos y cubiertos entre sus manitos para luego depositarlas con extremo cuidado sobre la mesa redonda. Maria Marta abrazó a su marido y le dijo que ya era suficiente, había entendido que el que juega con fuego se quema. Y no fueron las palabras sino la sonrisa de esa hermosa mujer la que obligó al señor de bigotes, entrar a la habitación de su hijo, encender la luz, darle una abrazo fuerte, y guiarlo hacía la mesa.