Las radios ya dejaron de pasar esa canción que alguna vez te canté. No recuerdo de quien era, pero que hablaba de lamernos la piel y llorarnos espalda a espalda mientras lamentábamos eso de no habernos amado antes y más eternamente que en el presente continuo.
Callao estaba vacía ya, y las señales televisivas cortadas en un eterno “problemas técnicos con la señal”, o simplemente un “no signal” desafiando a todo aquél que quisiera disfrutar de la variada programación. Y de nuevo ese llanto en las calles que estaban totalmente desiertas.
Un eco viene desde avenida Santa Fe y un coche que atravesó Riobamba sin parar y se estampó en una cafetería vacía con tazas derramadas sobre los manteles beige, que es el color que transmite paz según dicen los colorólogos.
Algunos muertos sobre la vereda y otros menos muertos casi vivos esperando el 106 a Retiro con sacos y facturas en sus maletines. Medios peces con corbatas a rayas que casi nunca combinan con las camisas pero seguramente si con las medias. Navegan en colectivos que a los frenazos y bocinazos atraviesan el centro al bajo ida y vuelta mil veces por día, millones de veces al año.
Los diarios ya dejaron de imprimir, o siguen imprimiendo cosas sin sentido y noticias hartas ya de ser reproducidas, o inventadas. Cansadas de luchar contra su identidad de no ser noticias pero aparentar serlo. Como Hugo que siempre quiso decir que lo odiaba, que no era su mejor amigo pero Hugo lloraba por dentro cada vez que no le podía dar un abrazo y decirle “te quiero amigo”.
Y de nuevo Buenos Aires corriéndome en desiertos de asfalto y yo que llego sobre Coronel Díaz, ya ni sé cuántas cuadras deambulé viendo a esos peces que ya no son tan estáticos porque pueden comprarse una bufanda, pasearse por góndolas gigantes y coloridas con ofertas que nunca dejan de ser ofertas.
Creo que ya no hay tanques atravesando la ciudad, y creo que ya dejaron de correr a los medios vivos, casi muertos para dejarlos en cuarentena de cacerolas pero no de postres helados. Creo que las guitarras ya no se tocan, se graban, y los enamorados ya no se toman de la mano, sólo esperan parados en la parada del 106 con un diario que nunca leen del todo debajo del brazo y un adminículo reproductor de sonidos con dos auriculares uno para cada uno con tal de no hablarse. Y creo, por último, que ya no era yo el que deambulaba sino el que te tocaba el timbre y se alegraba de que te alegre un abrazo y un beso, y contarte hasta tarde de Hugo, que ya no lamenta tanto no abrazar. Otro beso, tomar agua, cerrar un libro preparar la cama y sentir cómo me susurrás esa canción mientras te das vuelta y dejás que te abrace por la espalda.
Callao estaba vacía ya, y las señales televisivas cortadas en un eterno “problemas técnicos con la señal”, o simplemente un “no signal” desafiando a todo aquél que quisiera disfrutar de la variada programación. Y de nuevo ese llanto en las calles que estaban totalmente desiertas.
Un eco viene desde avenida Santa Fe y un coche que atravesó Riobamba sin parar y se estampó en una cafetería vacía con tazas derramadas sobre los manteles beige, que es el color que transmite paz según dicen los colorólogos.
Algunos muertos sobre la vereda y otros menos muertos casi vivos esperando el 106 a Retiro con sacos y facturas en sus maletines. Medios peces con corbatas a rayas que casi nunca combinan con las camisas pero seguramente si con las medias. Navegan en colectivos que a los frenazos y bocinazos atraviesan el centro al bajo ida y vuelta mil veces por día, millones de veces al año.
Los diarios ya dejaron de imprimir, o siguen imprimiendo cosas sin sentido y noticias hartas ya de ser reproducidas, o inventadas. Cansadas de luchar contra su identidad de no ser noticias pero aparentar serlo. Como Hugo que siempre quiso decir que lo odiaba, que no era su mejor amigo pero Hugo lloraba por dentro cada vez que no le podía dar un abrazo y decirle “te quiero amigo”.
Y de nuevo Buenos Aires corriéndome en desiertos de asfalto y yo que llego sobre Coronel Díaz, ya ni sé cuántas cuadras deambulé viendo a esos peces que ya no son tan estáticos porque pueden comprarse una bufanda, pasearse por góndolas gigantes y coloridas con ofertas que nunca dejan de ser ofertas.
Creo que ya no hay tanques atravesando la ciudad, y creo que ya dejaron de correr a los medios vivos, casi muertos para dejarlos en cuarentena de cacerolas pero no de postres helados. Creo que las guitarras ya no se tocan, se graban, y los enamorados ya no se toman de la mano, sólo esperan parados en la parada del 106 con un diario que nunca leen del todo debajo del brazo y un adminículo reproductor de sonidos con dos auriculares uno para cada uno con tal de no hablarse. Y creo, por último, que ya no era yo el que deambulaba sino el que te tocaba el timbre y se alegraba de que te alegre un abrazo y un beso, y contarte hasta tarde de Hugo, que ya no lamenta tanto no abrazar. Otro beso, tomar agua, cerrar un libro preparar la cama y sentir cómo me susurrás esa canción mientras te das vuelta y dejás que te abrace por la espalda.