2.29.2008

Calándome

Como me retuerzo en la cama de mil plazas vacías de palomas y chicos rondando en los juegos.
Empieza a llover, te tengo picándome en la nariz como alergía a una flor silvestre y en medio del derecho que me adjudico de escribirte esto, te acuso de la soledad que busco cada vez que llueve...
Como no entiendo el amor con rencor mezclado en los hombros y en dónde más te huelo cada vez que agacho la cabeza para rendirme a tus pies.
Sigue lloviendo e insisto con que algo de vos está en la pieza, el olor te delata. Ni la piel, ni el recuerdo, ni el deseo, ni la atroz sensación de que en pocas horas amanece y yo todavía sin dormir, pendiente de la hora que avanza despiadada y hace bajar la estrella que me apunta, allá desde lejos, entre las nubes y directo a mi cama.
Mi cama de mil plazas que me hace retorcer cuando estoy solo.
Como acabo derrotado de hacer nada entre disparos fríos desde el cielo en toda la mañana y en toda Buenos Aires.
Como me miro al espejo medio desnudo, despeinado y con cara de perdido ante tante inmensidad colorida y sin pretextos.
Como caigo en cuentas de que no tiene sentido extender ni un minuto más, aunque valga la pena la melodía de truenos jugando a chapotear las hojas de la cala que nunca pude hacer florecer del todo.
Continúa lloviendo y la luna no sangra, las canciones no se dedican, no existe el abandono -sólo aquél que es buscado-, nos queremos como niños y nos amargamos como viejos desmemoriados sin familias ni deseos. Nos regalamos espejos de colores en cada palabra y nos acariciamos cuanto podemos las veces que queremos poder.
Me insisto en esto de no darle más minutos a una noche que es perfecta para dormir y pensar en soñar con armar un bolso, una valija o un corazón.