Pensé que la voz era lo último que iba a perder, que podría ser ciego, o un rengo. La paciencia, los miedos, eso lo perdería, seguro. Pero no la voz. Y mucho menos la palabra que salían de mi voz. Allá cuando te besaba y no importaba como se caía la noche y nacía el día. Allá cuando era más sutil y jugaba a maravillarte en cada aparición, porque a eso jugaba cuando te veía y de golpe dejaba de hacer todo para intentar que me hagas todo. Ahora, un faro intermitente que recibe señales donde no las hay, y un angustiante modo de callarme la boca. De callarme la palabra, ahogar la voz y estrangular las ideas que hablan de vos bailando en el inventario de mis sueños.
Por eso pensé que la voz sería lo último en perder, ya que de no existir, no habría razón de ser, y mucho menos de existir. Hoy perdí la voz y la orientación.
Patas para arriba al lado tuyo, y mirando a contrapique de tu sonrisa. Escapándome de tus manos y de tus abrazos.
Derretido en el sillón, moviendo los dedos para cualquier lado sobre cualquier cuerda. Parafraseando alguna que otra rima con algo de afinación que se desasen ni bien el llanto asoma.
El suelo. Una mancha. Un teléfono. Ring. Mejor no. Un póster. Uno. Dos. Los dedos.
Me quedan.
Se mueven debajo de mí. Debajo de mis nalgas y se estiran. Sacan fuerza ahora el piso está más lejos. El póster no es tan alto y en algún lado dejé la guitarra.
Uno es un paisaje y lo que nunca pintó en las montañas. Uno es lo que quiere pintar y tocar. Uno siempre es el beso que no te doy cuando te vas y lo único que quiero es que nos abracemos y hagamos el amor. Uno. Dos. Mil veces, con los dedos, la voz, las palabras y la música.
Pensé que la voz era lo último que perdería, y ahora que tengo los dedos me di cuenta de que mejor perdí la voz y no los dedos. Porque con ellos quiero construir. Enlatar el futuro y capturarte en él como fotografía de un paisaje, que nunca toqué, que nunca besé.
Pensé que sin la voz, y sin la palabra. Sin las ocurrencias y las carcajadas, sin ser superman o superpuaj. Sin mis manos y sin ser el mejor cantante, el mejor amante. El más despistado y desatento. La barba que pincha, la mano que no te rasca, la sábana que asfixia los pies, la sopa que quema la lengua, el perdido que camina sin dirección. Ando. Anda. El que anda regalando textos a cambio de la voz.
Por eso pensé que la voz sería lo último en perder, ya que de no existir, no habría razón de ser, y mucho menos de existir. Hoy perdí la voz y la orientación.
Patas para arriba al lado tuyo, y mirando a contrapique de tu sonrisa. Escapándome de tus manos y de tus abrazos.
Derretido en el sillón, moviendo los dedos para cualquier lado sobre cualquier cuerda. Parafraseando alguna que otra rima con algo de afinación que se desasen ni bien el llanto asoma.
El suelo. Una mancha. Un teléfono. Ring. Mejor no. Un póster. Uno. Dos. Los dedos.
Me quedan.
Se mueven debajo de mí. Debajo de mis nalgas y se estiran. Sacan fuerza ahora el piso está más lejos. El póster no es tan alto y en algún lado dejé la guitarra.
Uno es un paisaje y lo que nunca pintó en las montañas. Uno es lo que quiere pintar y tocar. Uno siempre es el beso que no te doy cuando te vas y lo único que quiero es que nos abracemos y hagamos el amor. Uno. Dos. Mil veces, con los dedos, la voz, las palabras y la música.
Pensé que la voz era lo último que perdería, y ahora que tengo los dedos me di cuenta de que mejor perdí la voz y no los dedos. Porque con ellos quiero construir. Enlatar el futuro y capturarte en él como fotografía de un paisaje, que nunca toqué, que nunca besé.
Pensé que sin la voz, y sin la palabra. Sin las ocurrencias y las carcajadas, sin ser superman o superpuaj. Sin mis manos y sin ser el mejor cantante, el mejor amante. El más despistado y desatento. La barba que pincha, la mano que no te rasca, la sábana que asfixia los pies, la sopa que quema la lengua, el perdido que camina sin dirección. Ando. Anda. El que anda regalando textos a cambio de la voz.
La voz que perdió.
Un día que andaba medio perdido por el amor.