8.18.2010

Buenos Aires en mute

Buenos Aires enmudeció.
Si las distancias son desesperantes, el silencio que viene de cerca es mucho más exasperante aún. Buenos Aires no me habla. No me dirige la palabra.
Buenos Aires tiene esa capacidad de maquillarte cualquier ilusión, espolvoreándote el fracasomientras se hace de noche. Y de día a maquillarse de nuevo que arranca otra jornada.
Los ojos no me los toco y la nariz así como viene queda. Estampada debajo de las ojeras, que mejor ni hablen. Porque para lo que hay que escuchar: sonido ambiente agresivo.
Producto del dolor narcisista que sobrellevamos, por la falta de respuestas empáticas de quien sea. Todos tenemos un anormal Norman Bates dentro. Por lo ajena que parece la imagen de nosotros mismos que se nos devuelve, solemos abandonar los intentos de comunicación y alejarnos de toda cortesía. Es decir, cesa la demanda recíproca. Nos chupa bien un huevo la humanidad.
Son chispasos. Destellos. Falsa sensación de cercanía. Y mejor que sea así una idea, o un sueño. Resistente a cualquier intento escueto de verificación. Al hombre no le importa el hombre. Entonces...
Qué mejor decirle a Buenos Aires que se vaya a la mierda un rato si es condición para no escucharla más.
Cara a cara, cuerpo a cuerpo debe resolverse este asunto.
Buenos Aires se quedó muda entre tanta consigna al voleo. Por cada rótulo pomposo se esconde un aforismo para disimular lo horroroso que el mundo puede llegar a ser.
Cuando la ciudad pone palos en la rueda para llegarte y el territorio está muy sumiso. Demasiado dormido como para que Buenos Aires en mute logre despertarte.