10.21.2010

Palabras asesinas

Si veías la posición en que estaba sentada se podría determinar que la mirada fue lo primero que se le perdió. El comienzo del decline de los párpados al cierre fue el blanco de la mesa.
Lo blanco en realidad.
La mesa de 1,80 por 0,6 le robó la atención de los ojos hasta fundirlo en una foto diáfana como el negativo de la foto de una nube.
Nunca vamos a saber cuál de todos los principios de la pose usó Claudia antes de enterrarse un dedo en la nuca. Estaba sentada, con los antebrazos apoyados, del codo a la muñeca y sobre esa otra muñeca le nacía en oposición hasta un codo que subía y…Hasta erguida parecía. Mirando fijo. Como abstraída de las paredes rojas, sólo mirando al blanco. Fijo blanco, “no te vas a ningún lado blanco” podría haber pensado Claudia.
Tenía un pequeño orificio en la nuca entre cervicales.
Un pequeño hilo de humo serpenteante brotaba desde las profundidades de Claudia.
“La chica tomó una infusión hace una hora”, determinó uno de los peritos al constatar que la taza tenía todavía una leve temperatura. Claudia era fanática del té de canela. Antes de dormir los domingos tenía la costumbre de tomarse un té de canela y limón leyendo editoriales de diario.
Claudia se había bañado, se había puesto una musculosa blanca sin ropa interior y con un short deportivo negro con los bordes grises se sentó con las piernas levantadas, apoyadas en la silla y cruzadas. Como un erótico Buda.
La muerte cerebral la encontró en una pose medio zen. Como relajada pero incómoda a la vista. Por la expresión del rostro claramente Claudia estaba escuchando algo. Escuchó algo que la dejó tiesa antes de morir, como un fugaz intento de alerta, de no querer morir pero muriéndose al fin. Sus músculos relajados. Nunca antes revisé un cuerpo con una piel tan noble, firme y suave como madera pulida. Pero blanda como algodón.
Por el rastro del dedo índice derecho la mujer se rascó la nuca durante 20 minutos sin parar. Fue la segunda aseveración que los investigadores hicieron de tu cuerpo.
Tenía los labios pintados. En un principio pensé que sería el morado de la muerte. Pero no. En un segundo golpe de vista pude ver el espejito con el marco blanco que llevaba en la cartera y uno de esos polvitos amarronados de rico olor que usaba para maquillarse.
"El hueco es bastante profundo, sea lo que sea que buscaba, no estaba al alcance. Estaba muy lejos de la superficie". Dijo con voz en eco el perito. Inspeccionando el cuello de cerca su voz producía un juego sonoro bastante macabro. Y como por un micrófono anunció “definitivamente esta chica se suicidó buscando algo en el fondo de su cerebro. Para esto utilizó su dedo índice”.
Quedé realmente sorprendido. “Ustedes son brillantes investigadores” les dije haciéndome el serio y viendo como una bala casi imperceptible salía deslizada por mi lengua, a través de mi boca y desde la más presente maldad de mi interior.